Convent de Sant Francesc

5.Vida en la Orden

10/08/2011

La vida de los franciscanos alcantarinos del Convento de San Francisco de Benicarló

La austeridad que aplicaban a la construcción de los conventos era sólo una consecuencia más de su filosofía y modo de vida. Esta austeridad la aplicaban en su día a día, siguiendo la línea marcada primero por San Francisco de Asís y posteriormente por el reformador San Pedro de Alcántara.

El Convento se organizaba mediante jerarquías; el superior del Convento era el guardián ,después iban los religiosos, que eran predicadores y confesores, después los legos, que se encargaban del comedor y de la portería del Convento, los pretendientes o aspirantes, que estaban a prueba y se dedicaban a la huerta, a la cocina y a pedir limosna. Los dados eran los hombres que ingresaban en el Convento ya de mayores y les sus tascas eran las de la huerta, la cocina y también la limosna, y finalmente los coristas eran los estudiantes del coro.

Este convento de franciscanos alcantarinos descalzos, al igual que todos, tenían unas normas muy estrictas y severas referentes a la pobreza, al ayuno, a las disciplinas y al dormir.

Seguían la Regla primitiva de pobreza, penitencia, de oración litúrgica y de meditación. Sobreponían la preparación intelectual a la preparación sobrenatural por el apostolado, mediante el ejercicio de todas las virtudes.

Para ellos mismos aplicaban la corrección y la penitencia, para los demás la predicación del ejemplo, del amor, de la palabra y de la estima por encima de todo.

Iban descalzos, hacían grandes penitencias, desayunaban pan y agua 120 días al año y sólo se les permitía comer carne y leche a los enfermos. Vivían de las limosnas y recompensaban a los feligreses con los beneficios espirituales.

El edificio también sirvió como lugar de enterramiento para los frailes, así como también está documentado el enterramiento de personas de Benicarló durante el período de 1752 a 1805, en un total de 51 enterramientos.

Durante el primer siglo de existencia del Convento se tomaba el hábito franciscano. Algunos fueron hombres de grandes cualidades espirituales y humanas, como Fray Gabriel del Olm o Fray León Pérez.

En este convento también vivieron tres siervos de Dios, enterrados en el propio edificio; Fray Francisco Ordoñez, de León, que murió a principios del siglo XVII siendo guardián, es decir, el superior del Convento, tuvo una vida ejemplar, siendo un gran predicador. Cuenta la leyenda que sacaba los demonios de los endemoniados. Preparó su propia tumba, donde fué enterrado. En documentos de la Orden se relata que mucho tiempo después de la muerte su cuerpo todavía estaba incorrupto y entero.

También hay constancia de la vida de Fray Miguel Borrás, que fué un religioso lego, de vida angélica. En 1582 sintió unos cánticos en la Iglesia, bajó a ella y vio unas luces resplandecientes pero sin ninguna figura. Finalizados los cánticos sintió una sola voz que cantó una canción de difuntos, por lo que se quedó estupefacto. También cuentan las crónicas que estaba Fray Miguel para enterrar cuando abrió tres veces los ojos, y con cara de felicidad miró el crucifijo.

Fray Gabriel Franco vivió en el siglo XVI, dedicando su vida a la oración, al silencio y a la regla, siendo muy poca la documentación que nos ha llegado de este fraile.

También está documentada la historia de Jerónimo Fox, un hombre de Benicarló y seglar muy devoto de San Francisco, siendo Cofrade del Cordón, de la Tercera Orden. En 1595, Jerónimo fue a moler trigo al molino de Ulldecona, y cuando volvía, ya tarde, se le cayo el carro con toda la harina al suelo. Intentó recogerla, pero no había manera, así que desesperado dijo “!No habrá un demonio que quiera ayudarme!”, y en ese momento se le apareció un hombre todo vestido de negro que rápidamente le ayudó a cargar la harina al carro. Cuando acabó, le pidió alguna cosa a cambio del servicio. Jerónimo le preguntó quien era, a lo que el hombre desconocido le respondió que era aquel que el había llamado, el demonio. Entonces Jerónimo pidió ayuda a San Francisco, cogiéndose con fuerza al cordón que llevaba ceñido a su cintura. El demonio exclamó gritando “Hay cuanto daño nos hace el cordón de ese franciscanito y su convento en Benicarló”, desapareciendo en ese momento. Jerónimo se marchó corriendo al Convento, donde explicó todo lo que le había sucedido. Al día siguiente los franciscanos predicaron en el púlpito y explicaron la historia. Mucha gente se hizo devota del cordón y también del Convento. Jerónimo, agradecido, todos los años enviaba al Convento cántaros de vino en reconocimiento al gran beneficio.

En 1606, en el Capítulo General de la Orden, celebrado en Toledo, se ordenó que todos los conventos tuviesen Terciarios franciscanos. En Benicarló existió la Tercera Orden desde 1595.